jueves, 30 de diciembre de 2010

Hasta siempre, "Señora Eva".

La señora Eva es la que se encarga de uno de los aspectos más importantes y menos valorados dentro de toda empresa o institución. Ella hace el aseo. Y mientras hace el aseo, mi jefe, un General, se saca fotos y da palmoteadas en las espaldas de ternos que abrigan a personajes de "poder" en Valparaíso.


La señora Eva no se va con rodeos. Ella dice lo que piensa y actúa como cree que tiene que actuar, pero lo hace en base a su sencillez. Mi jefe dice "lo que piensa" y actúa como se espera que actúe alguien de su "altura".


A la señora Eva no le renovaron contrato. En una época en que el gobierno se jacta de haber superado de sobra la meta de empleos que se había propuesto, a ella le tocó mirar desde la gradería de las sombras, la de los que no están invitados a la fiesta. La señora Eva ya no tiene pega.


Ella es chucheta pero cariñosa aunque no lo demuestre mucho. Ella tiene el beso tibio de los buenos días que ya no recibo muy seguido de mi madre porque no vivimos en la misma ciudad. El General tiene el saludo frío y de mano fláccida que no se espera de un uniformado, sino de un adolescente de visita en casa de "tíos" a los que no conoce y a los que no le interesa en lo más mínimo conocer.


Ella hace más del trabajo que le corresponde, saluda y se ríe con las estupideces que uno dice para salir, aunque sea por dos segundos, del tedio del trabajo. Ella fuma con uno, cuenta sobre las "chelas" que se tomó con una amiga y habla de sus hijos con un rigor que garantiza que educó bien y que, si alguno de ellos se equivocó, tiene que ser responsable de sus actos.


El General juzga mi trabajo desde un punto de vista para el que no estudié. No es un tipo cercano y su ego se refleja en el verdadero tapiz que cuelga desde una de las paredes de su oficina, repartido en decenas de diplomas, reconocimientos, medallas y fotografías con autoridades (entre ellas un dictador).


El General adora su imagen. No toma en cuenta el esfuerzo que hay en el trabajo hecho en cualquier otro aspecto que no sea resaltar su figura, su presencia. La señora Eva no juzga, ella escucha. Corrige cuando alguien se refiere mal a las mujeres, pero no juzga.


La señora Eva ya no tiene pega y, de alguna forma, siento que se va una de las pocas gotas de humanismo que quedaban en el lugar en que trabajo. Ahora todo tiene otro color. Me voy sintiendo más sólo. El General tiene su pega segura por lo menos por un año más y su mano derecha, la persona con que comparto mi oficina, no tiene en mente nada que no sea alcanzar su meta de ser notoria, poderosa, regalona de los altos mandos, sin importar el precio que eso tenga. Si te tiene que cagar, te caga. Aún así, la señora Eva la quiere y tiene sus atenciones con ella.


El año nuevo se acerca y la señora Eva se quedó sin pega. Mientras el General disfrute con sus amigotes y les de palmadas cínicas a la luz de los fuegos artificiales; mientras mi compañera de oficina use gestos de protocolo imitados de algún malísimo manual de comportamiento y hable de "ambos dos" creyendo que es parte de una elite de clase, la señora Eva estará pensando en qué cresta hacer al día siguiente, es decir, el año que viene.


Aún así, la señora Eva no se queja. No pide ayuda ni le llora a nadie. Pocas veces he visto a una persona más llena de lo que realmente es dignidad. Sus fiestas pueden ser funerales anímicos, pero ella sigue dando el beso tibio de las mañanas, sigue haciendo más de lo que le correspode y sigue siendo simplemente ella, la señora Eva que, por la mierda, se quedó sin pega.


No hay cuadros, fotos ni medallas que le den tanto valor a una persona, como el valor que le dieron las conversas y la simpatía desinteresada a la señora Eva.


Hasta siempre, señora Eva.

martes, 14 de diciembre de 2010

¡Hurray for Chile!

Llega el fin de año y es tiempo de evaluaciones. No en lo personal claro, creo que a pocos podría interesarle eso. Vamos mejor por la evaluación general, la que nos importa y afecta a todos.

Este año empezó fuerte y esta terminando de igual forma. Ha sido un año de mierda para muchos, un año glorioso para otros (como el que viste la banda presidencial). Un año lleno de sorpresas, malas y buenas, lleno de un nacionalismo estúpido, melancólico, desesperado. Lleno de un sentimiento que no tiene lógica pero que a todos nos gusta, que nos llega a lo más hondo, que se porta como una droga y que por cierto, tiene a muchos adictos.

El papelito de los 33, el pararse del terremoto y el presidente diciendo una y otra vez lo fuertes que somos. ¿Es que nadie se da cuenta de que somos más que nunca una colonia ideológica de Estados Unidos?

Creo que este año, más allá de ser duro en cuanto a lo que nos pasó, ha sido duro para quienes ven cómo nos hemos convertido en algo sin identidad. Ese orgullo, ese pecho hinchado cuando vemos la bandera y nos dicen lo unidos y fuertes que somos no es sino una parte de un circo que sirve para sedar al pueblo.

Este 2010 no ha sido un año digno del bicentenario. Se supone que debieramos sentirnos chilenos por otras cosas. Chilenos por saber enfrentar la adversidad en el refugio de nuestra típica humildad, chilenos por saber callar el dolor en beneficio de hacer que los otros se sientan mejor, no para que "el mundo vea lo que es Chile".

El Chile de hace unos cuantos años no sabía de la "chilean way" ni de mostrarle al mundo nada más que no fuera la calidez que somos capaces de dar. ¿Por qué nos quitan ese derecho? ¿Por que nos quieren hacer amigos de mostrar lo que somos con el afan de ser algo "superior"?

No señores, no somos superiores, no somos especiales. Somos lo que somos. Un pueblo tranquilo, ovejudo, dispuesto a seguir (o aguantar) a un presidente aunque no nos guste, dispuestos siempre a poner la otra mejilla mientras no se metan con la mejilla del otro.

De eso tenemos que sentirnos orgullosos. De ser humildes, sencillos, callados pero activos cuando se necesita que lo seamos. No caigamos en la estupidez de creenos gringos. No caigamos en la niñería de querer ser como otros. No somos los europeos de Sudamérica, ni cercanos o parecidos a Estados Unidos. No lo somos. Somos Chile. Por favor, sigamos siéndolo.

Este 2010 ha estado lleno de tácticas cebollas por parte de los políticos, de intereses bajos, ordinarios y calculados. Ha sido un 2010 de rotos de cartón, de los que se sienten más chilenos por quedar más llenos de alcohol en las venas cuando celebramos las fiestas patrias (aunque prefiero eso antes que la "Paris parade"), un año en que lo único que nos ha faltado es hacer una película en que una catástrofe afecta al "mundo", pero se ve sólo en nuestro país y somos nosotros- obvio- los que salvamos la situación.

No seamos así. Sigamos siendo lo que éramos, los tipos tranquilos de América del Sur, los que hacemos las tareas, a veces mal, a veces bien, pero las hacemos. Si vamos a imitar algo de afuera, que sea lo bueno, la solidaridad de verdad, esa que mostró Bolivia cuando nos dio agua o cuando hicieron una teletón para nosotros por el terremoto. Uno de los países más pobres de Sudamérica nos ayudó ¿Y nosotros? Dale con la manía de imitar el modelo de un país "desarrollado".

¿Qué va a venir después? ¿Un presidente negro? Mejor sería uno mapuche. Pero ellos no nos sirven, porque los mapuches son feos, son sucios, son ignorantes, ellos no son chilenos...¿verdad?

El año del bicentenario, de los 200 años como república independiente, y seguimos teniendo deudas históricas con nuestros aborígenes- que no son sólo los mapuches por cierto-. Seguimos violando la Isla de Pascua, talando bosques en bien "del progreso" y sintiéndonos chilenos porque una bandera rajada y llena de barro salió en el New York Times.

Seguimos emocionándonos cuando el nombre de nuestro terruño aparece al rededor del mundo, cuando el presidente habla y muestra un papelito frente a la mafia de la ONU, cuando un minero grita el "ceacheí" en Hollywood. ¿Eso es ser chileno? ¿Eso es el espíritu del bicentenario? Si es así, no quiero sentirme chileno.

Si la identidad del país va a depender de la ignorancia y la pelotudéz colectiva, entonces me resto de la fiesta. No, gracias. No quiero el circo a lo gringo, no quiero mostrarle al mundo lo fuertes que somos por aguantar "el quinto terremoto más fuerte de la historia" ni sentirme orgulloso porque en japón hablaron de un rescate en el que participaron personas de todo el mundo pero que queremos hacer aparecer como que fue algo netamente chileno.

Si a ustedes les gusta la idea de enorgullecerse por alguna de las cosas que nombré, alla ustedes. Yo me siento orgulloso de las mujeres que crian a sus hijos solas porque el maricón del marido se fue, o porque se lo toma todo. Me siento orgulloso de la gente del sur que después del terremoto se paró en silencio y ayudó al que tenía al lado. Me siento orgulloso de los que quieren de verdad algo mejor para Chile, sin la necesidad de imitar a otro país, como si no tuviéramos una identidad o recursos suficientes para hacer algo por nosotros.

Los chilenos de la "Paris parade", los "dog lovers", los "chilean way", pueden irse -invitados por mí, con pasaje de ida y sin vuelta- un buen rato a la mierda.

¡Viva Chile! (Sin el "mierda" porque ya lo manosearon).

martes, 7 de diciembre de 2010

¿Minusvalido? ¡Buen negocio!

Aunque esta vez no la vi completamente- es más, casi nada- sí me enteré como cualquier otro mortal de que se cumplió una vez más la meta de la Teletón. Otra oportunidad del año y de la vida de este país- nuestro país- para recordarnos y vanagloriarnos de lo "humildes" que somos, de nuestra capacidad "única" de pararnos ante la adverdsidad, de nuestra "solidaridad", etc.


Y sí, puede que dentro de todo tengamos estas características. Aunque- ¡novedad!- no me parece que sea algo que poseamos con exclusividad tal que en el mundo conocen los conceptos sólo gracias a Chile. No.


Así como tampoco son nuevos los conceptos de negocio, de emociones y de vender a través de las emociones.


La Teletón es eso. Es vender a través de las emociones. Es retorcer la parte sensible que tenemos, sacarle el jugo al máximo para que aportemos a tan buena causa. Y ojo, estoy diciendo que la causa es buena, para que no digan después que estoy en contra de ayudar a los minusválidos. Esta bien que se haga algo para que reciban ayuda. Pero de ahí a pintarlo casi como la entrega de nuestra sangre de forma desinterezada, no. Creo, sólo creo, que estamos exagerando.


¿Qué pasaría si es que no aportaran las emprezas? ¿Qué pasaría sin los canales de TV? ¿No se cobra la publicidad que sale al aire? ¿Cuánto de lo que perciben las empresas por concepto de "me elegíste asi que ayudo" realmente va a dar a la Teletón?


¡Uy sí, que amargo y desconfiado soy! ¿Verdad? Soy un tipo malo, frío, sin corazón. Aunque pensándolo bien, creo que menos corazón tienen los que entregan en dinero lo que ganan en un dia con sus locales abiertos, mientras han vendido mas de un més productos marcados con el "elíjeme" irresistible apuntando al corazón del consumidor. El mismo que durante ése tiempo, deja de comprar el producto más barato que le ayuda a economizar, por llevarse el que "ayuda" a los lisiados.


Con la foto de un niño que nació sin manos, se mueven millones. Y es que ese efecto que nos produce a los que pasamos caminando y sosteniendo las bolsas sanos y salvos, mientras él, ese pobre y desvalido pequeño no tiene sus bracitos y sin embargo aun sonrie... ¡Qué mundo cruel!


¿Será que los dueños de LIDER, Packard Bell, CONFORT, OMO y todo el espectro de empresas que aparecen reflejadas en espíritu y estampa por sus soldaditos de Armani y mejillas rosadas, tampoco pueden resistirse a la injusticia de la vida que ven en esos niños cada vez que visitan los centros de la Teletón sin que nadie lo sepa? Porque ellos van a ver a los niños... ¿verdad?


La Teletón es un show, un voladero de luces y espectáculo que no hace sino encandilarnos. ¿Con una buena causa como resultado? Sí. Pero OJO, no es ése su único resultado. Saquemos un año las etiquetas, saquemos a las empresas y veamos qué pasa.


Una muestra de cómo funciona esto se dió con el terremoto. Sé que hay muchos que corrieron a ayudar y que se encontraron con camiones de empresas que no abrían sus puertas traseras hasta que no hubiese una, al menos una cámara apuntando. ¿Serán todos así? No lo sé. No soy dueño de la verdad en eso, y tampoco en el resto de cosas que me componen y que componen todo lo que me rodea, pero no nos sumemos por gusto al juego de los ingenuos.


No hay mejor promotor en el año para las empresas que un lisiado. Ni el viejo pascuero le hace la competencia a eso. No hay mejor stand de promoción y para que nos acordemos de sus marcas cuando estemos en el súpermercado, que una buena silla de ruedas. ¡Qué mejor! ¡Así sí dan ganas de ayudar!


¡Dejad que los lisiados vengan a nosotros!


(Durante la teletón eso sí, después...bueno después contrataremos a uno o dos para que no aparescan desgraciados dudando de nosotros).

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