domingo, 16 de mayo de 2010

Kidzania: Reclutando la imaginación.

Hace al rededor de una década en México surgió una nueva, tentadora, jugosa y extravagante idea: Crear la ciudad de los niños, un lugar donde pudieran "jugar aprendiendo" (o aprender jugando, da igual) volviéndose parte de una sociedad construída a su medida física, pero con recreaciones de lo que agobia y rebalsa el mundo de los adultos.

Kidzania es el nombre del parque que sus propios fundadores destacan como algo innovador, que vela por la educación y el desarrollo de los niños, para que aprendan a ser responsables y parte de una comunidad.

Bajo ese principio es que los visitantes manejan dinero (propio de la ciudad), arriendan autos, pagan por diversiones y lujos además de trabajar en una amplia gama que comprende más de 60 ocupaciones diferentes.

Y como los negocios rentables se expanden, el proyecto nacido en tierras aztecas ya está presente al rededor del mundo. Por supuesto, era cosa de tiempo para que lo anunciaran con bombos y platillos en Chile; con reconocimientos- por su utilidad- por parte de autoridades de televisión (Canal 13 será la señal oficial de la ciudad) entre otros.

Pero vale la pena preguntarse qué tan positivo es el proyecto. ¿Será bueno que los juegos de los niños se basen en el mundo problemático y complejo de los adultos? En el sitio de Kidzania (www.kidzania.com) se hace un fuerte énfasis en que la iniciativa busca reforzar, entre otras cosas, la capacidad de los niños de interactuar y aprender sobre las complejidades del mundo de los adultos y la importancia de las finanzas. ¿No es eso un poco violento?

Bien dice Ángel Carcavilla en La Nación: "Cualquier cosa que deje absorto a un niño sirve para jugar: un palo, una nube, una piedra, y Kidzania es precisamente todo lo contrario". La propuesta es, derechamente, violar ese mundo simple en que hasta un insecto en su quehacer diario parece maravilloso y puede robar horas de entretención; para colocar en su reemplazo la idea de que con dinero y trabajo se puede lograr lo que los adultos hacen. Que el dinero es lo importante. Que si quieren diversión, deben conseguirlo.

No es que esté en contra de que a un niño se le enseñe a ser responsable o a compartir con sus pares. Tampoco se trata de dejarlo hacer lo que quiera, pero creo ser parte de una generación en que nuestros padres, dosificando y guardando las proporciones, no tuvieron mayores problemas para inculcarnos precísamente eso, sin necesidad de irrumpir en lo que teníamos construído por obra y gracia de la propia imaginación.

¿Qué tipo de propuesta educativa busca interferir en una de las pocas etapas de la vida en que no estamos contaminados por lo que nos rodea? ¿Dónde queda la libertad de elección para los que no son devotos de la religión de las finanzas?

Para alguien que lea esto y piense que soy un alarmista, sí, lo soy. Creo que ante este tipo de cosas vale la pena encender la alarma. Si ya estamos en un sistema en que, a menos que se haya nacido en cuna de oro, estamos llenos de restricciones y obligadamente terminamos viviendo en función de lo que permite o no hacer el dinero, no podemos aceptar que ahora esa realidad entre en un espacio que todos- o la mayoría- recordamos con calidez justamente por su simpleza y por ser "aquellos tiempos" en que todo parecía más fácil, más inocente, más simple y más feliz.

No se puede robar ese derecho a un niño. No se puede trabajar el mundo de su imaginación, ni pretender "educar" su habilidad de crear a su antojo a partir de un juego con tierra. Aceptar una intromisión así es abrir las puertas para alguien que quiere robar la inocencia, tal cual sucede físicamente con los que ven en los niños un objeto de atracción sexual. Que este proyecto trabaje a nivel mental no lo hace menos grave.

Estamos frente a la dictadura de la economía, y lo que busca este gran pulpo es abrazar a los más posibles para hacerlos partícipes de un juego en el que muchos entramos sin opción de decir siquiera si realmente queríamos jugar. Kidzania no es sino un lobo en piel de oveja, forrado en guirnaldas y colores llamativos, pero con el fondo inconfundible del lenguaje de los negocios, el consumo y la rentabilidad. Si tuviera un hijo, preferiría que se pelara las rodillas jugando a la pelota, que manchara la ropa con barro o que su contacto con el dinero fuera para comprarse un helado. Si de seguro los años le van a traer problemas, que al menos pueda recordar "Aquellos tiempos" en que todo era diferente.

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